1 Corintios 3:9 "Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios"
Cuando era joven, fui al cine con mi esposo de entonces. Al salir del cine, descubrimos que nuestra camioneta había desaparecido; nos la habían robado. La camioneta era de mi esposo. Era preciosa, recién pintada de azul, y el había invertido mucho en ella, incluyendo rines y estribos muy caros. Inmediatamente denunciamos el robo a la policía.
Cuando llegamos a casa, mi esposo se sentó en la sala, abrumado por la preocupación por su camioneta. Yo estaba menos preocupada por la camioneta en sí y más por él. Sabía lo mucho que significaba para él, y además, el dinero que había invertido en ella representaba una verdadera pérdida. Verlo tan angustiado me partió el corazón.
Lo único que se me ocurrió hacer fue orar.
Poco antes, había leído en la Biblia que cuando oramos, debemos hacerlo en privado. Así que fui al armario de nuestro dormitorio, me arrodillé y oré para que encontráramos la camioneta de mi esposo. Sabía que se necesitaría un milagro para que la recuperáramos en buen estado. En aquel entonces, las camionetas como la suya solían ser robadas, desmanteladas para vender las piezas y luego quedaban abandonadas en algun lugar. Oré con fervor, pidiéndole a Dios que nos devolviera la camioneta intacta.
Apenas unos minutos después de terminar de mi oracion, recibimos una llamada de la policía. Nos dijeron que habían encontrado la camioneta estacionada a un lado de la carretera, a unos 40 kilómetros de nuestra casa. No le habían robado nada. Nos la devolvieron en perfectas condiciones.
Dios es bueno y obra de maneras misteriosas.
Historia real.
No uso mucho las redes sociales últimamente, pero sentí la necesidad de compartir algo.
Aquí está la versión corta:
• Lavé y sequé mis AirPods por accidente.
• Los dejé reposar uno o dos días, luego los cargué y los probé, pero no funcionaban.
• Programé una cita con AppleCare y expliqué lo sucedido.
• En la cita, me dijeron que ya no estaban cubiertos por daños accidentales.
• Al salir, un empleado me detuvo discretamente y me dijo que no había forma de que supieran por qué los AirPods habían dejado de funcionar, y que podía programar otra cita y simplemente decir que habían dejado de funcionar.
Consideré seriamente hacerlo. Pero luego empecé a pensar en lo fácil que es mentir, y en lo común que se ha vuelto. De verdad quiero ser un mejor ejemplo de lo que significa ser cristiano. De pequeña, vi muchos ejemplos de personas que se decían cristianas, y ahora que lo entiendo mejor, puedo decir honestamente que muchas de ellas no cumplieron con las expectativas. No lo digo para juzgar, solo para ser sincera.
Me preocupa mucho no querer que nadie que me admire se convierta en un cristiano que no practica su fe. Y tampoco quiero serlo yo.
Mientras estaba allí, contemplando si mentir sobre mis AirPods, sentí una profunda convicción y simplemente dije: "Señor, no quiero mentir". Y lo dejé así.
Llegué a mi coche y estaba a punto de irme cuando algo me impulsó a volver a poner los AirPods en el cargador e intentar emparejarlos con mi teléfono una vez más. Así que lo hice.
Y para mi sorpresa, todo funcionó.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. No porque mis AirPods funcionaran (solo son auriculares), sino por la fidelidad de Dios hacia mí. Él escucha mi corazón. Él conoce mis deseos.
Últimamente, he sido perezosa con la lectura de la Biblia. Perezosa en mi vida de oración. Distraída, y permitiéndome estar distraída. Incluso le grité a mi esposo hace poco. Sin embargo, este momento no tuvo nada que ver con a quién amo ni con lo bien que me he portado. Tuvo todo que ver con quién es Él.
Él es fiel. Increíblemente fiel.
Este testimonio puede parecer insignificante o incluso tonto. Después de todo, Dios sana a las personas en su lecho de muerte, libera a otras de las adicciones, provee económicamente y hace mucho más, ¿y yo aquí hablando de AirPods?
Pero algunos de Sus milagros se manifiestan en los momentos más pequeños. Y si solo buscamos a Dios en las cosas grandes y espectaculares, nos perderemos la oportunidad de apreciarlo en nuestra vida cotidiana.
Nunca se trató de los AirPods.
Un día, mi madre condujo hasta mi casa, donde mi hermana debía recogernos para ir a limpiar la casa de mi sobrino. Cuando salí, mi madre ya había llegado. La vi acercarse a mi coche, sacar una bolsa con ropa y meterla en el suyo. Después, salimos a la calle a esperar a mi hermana, que ya venía en camino. Cuando llegó, nos subimos a su coche y condujimos unas cuadras hasta la casa de mi sobrino.
Después de terminar de limpiar, mi hermana nos llevó de vuelta a mi casa. Fue entonces cuando mi madre se dio cuenta de que no encontraba las llaves del coche. Las buscó, pero no las encontró. Revisó el coche de mi hermana, pensando que quizá las había dejado allí, pero no tuvo suerte. Decidimos volver a casa de mi sobrino para buscar de nuevo, pero las llaves seguían sin aparecer. De vuelta, en mi casa, seguimos buscando: dentro de su coche, dentro del mío e incluso dentro de mi casa, aunque estábamos seguras de que a mi casa no había entrado. También revisamos la calle donde habíamos esperado a mi hermana, pero las llaves seguían sin aparecer.
Mi madre estaba agotada y decidió que seguiríamos buscando al día siguiente. Al día siguiente, mi hermana la recogió en su casa y juntas revisaron su coche una vez más, pero, una vez más, las llaves no aparecieron.
Más tarde esa semana, mi madre vino a casa y me preguntó si conocía a alguien que pudiera hacer una llave de repuesto. Llamé a varios cerrajeros y me dijeron que podían hacer una llave por unos $200, que le permitiría arrancar el coche, pero no incluiría control remoto. Mi madre pensó que ir al concesionario donde compró el coche podría ser una mejor opción, ya que podían proporcionarle una llave con control remoto.
Fuimos al concesionario, donde nos dijeron que una llave de repuesto costaría $400. Vi lo nerviosa, triste y molesta que estaba mi madre por el precio. Sentí profundamente su angustia y comencé a pensar en maneras de ayudarla. No tenía $400, pero me preguntaba si podía retrasar el pago de la luz para aportar $200, o si mi hermana y yo podríamos dividir el costo. Me sentí impotente al saber que ninguna de las dos tenía el dinero. Le dijimos al concesionario que lo pensaríamos y nos fuimos.
De camino a casa, hablamos de lo cara que era la llave y por qué costaba tanto. Mi madre finalmente decidió optar por la opción del cerrajero de $200. Aunque me sentí aliviada, todavía me sentía culpable por no poder ayudarla más.
Al llegar a casa, de repente me sentí obligada a buscar las llaves una vez más en el coche de mi hermana. Mi madre me pidió que llamara al cerrajero, pero le dije: «No, mamá. Vamos a buscar una vez más. Seguro que las llaves están en el coche». Tanto mi madre como mi hermana insistieron en que ya las habían buscado a fondo. Mi madre se río y dijo: «Hija, no están. He buscado por todas partes». Mi hermana asintió, diciendo que habían buscado debajo de cada asiento y en cada rincón.
Aun así, sentía con fuerza que necesitaba buscar por mí misma. Le dije a mi madre: «Tenga fe. A veces, cuando no encontramos algo, Dios lo pone donde podamos verlo cuando volvamos a buscar. Ya verá, Dios nos ayudará a encontrar sus llaves». Hablé con tanta confianza que sonrieron y aceptaron dejarme intentarlo.
Fuimos a casa de mi hermana y empezamos a revisar su coche de nuevo. Revisé debajo de un lado del asiento y no encontré nada. Mi hermana dijo: "¿Ves? No están ahí". Entonces me moví al otro lado y miré debajo del asiento, cerca de donde se fijaba a la silla. Vi algo que parecía fuera de lugar. Metí la mano, sin saber si era solo una parte del asiento, y allí estaban: las llaves de mi madre.
Nunca había visto a mi madre tan aliviada. Cerró los ojos, rezó y dio gracias a Dios, recitando en voz baja una oración católica. Sentí una alegría y una gratitud inmensa. Con la ayuda de Dios, habíamos encontrado la llave. Puede que no fuera un milagro en el sentido tradicional, pero realmente lo sentí como tal.